domingo, 22 de abril de 2007

EL SENTIDO DE LA HISTORIA

Acostumbramos a situar los orígenes de nuestra cultura occidental en Grecia. Y efectivamente allí surgieron, entre otras cosas, el conocimiento científico y su culminación en la reflexión filosófica como formas superiores del conocimiento. También existieron en Grecia historiadores pero para los griegos la historia no era un conocimiento racional, un conocimiento por las causas, y no podía hablarse por tanto, de una filosofía de la historia. Lo que era racional era el cosmos, la naturaleza, mientras la historia era mas bien un arte. Un arte que como la tragedia o la comedia nos puede ayudar a entender la naturaleza de los hombres, y su manera de comportarse, mejor quizás que la psicología y la sociología en nuestros días, pero el comportamiento humano es un comportamiento repetitivo que puede encontrarse en todos los lugares y en todos los tiempos. En una historia entendida como un conjunto de relatos no cabe hablar de un sentido de la historia.La primera manifestación de una historia con argumento, con principio y final, es La Ciudad de Dios que escribió San Agustín en el siglo VI para responder a las acusaciones de que el cristianismo había provocado la decadencia de Roma. Agustín presenta la historia de la humanidad como una lucha entre el bien y el mal en el que la encarnación de Cristo ocupa un lugar central. A partir de su enseñanza los cristianos, reunidos en una iglesia, se esfuerzan por realizar en este mundo el reino de Dios. Por supuesto las ideas de S Agustín derivan directamente de la Biblia y de la tradición judía. La historia de la humanidad empieza con una falta y con el pacto que Dios hace con el pueblo elegido, pueblo que a lo largo de la historia a través de innumerables caídas y de innumerables alejamientos no deja nunca de esperar. Adviértase, porque es el dato principal, que para los griegos el tiempo o era indefinido e informe como el de la física aristotélica o era, como para Platón, circular y repetitivo, imagen móvil y degradada de la eternidad. Para Agustín, en cambio, tanto el tiempo de cada hombre como el tiempo de la humanidad, tienen un principio y tienen un fin y avanzan en una dirección. Y además, tanto el tiempo del hombre como el tiempo de la humanidad tienen momentos singulares en los que pueden entrar en contacto con la eternidad.Esta visión teológica de la historia, entendida como la espera y la expansión del pueblo de Dios hasta comprender a toda la humanidad en su ascenso hasta la plenitud, es asumida por la Iglesia y forma parte de la predicación popular, atribuyendo éxitos o fracasos colectivos a la intervención divina. Pero en cambio no forma parte de la filosofía escolástica que es fiel a sus raíces griegas y entiende que el cosmos es el cosmos natural y deja de lado la historia. Siglos mas tarde los filósofos racionalistas se sitúan exactamente en la misma línea, “Deus sive natura”, “Dios o sea la naturaleza” dirá lapidariamente Spinoza en el siglo XVII, pero no se le ocurre decir: “Dios o sea la historia”. Aun tendrá que llover bastante antes de que esto ocurra.Así podemos decir que la ilustración secularizó la idea medieval de la realidad poniendo a la razón en el lugar de Dios. En el orden del conocimiento la operación no plantea especiales dificultades, para explicar cualquier acontecimiento natural basta con acudir a la ciencia y la explicación se puede extender a los acontecimientos históricos. Voltaire, ante el horror suscitado por el terremoto de Lisboa, exclama que basta esto para desacreditar la existencia de un Dios providente. Para él es evidente que el terremoto ocurrió por causas totalmente naturales que la ciencia ha de aclarar. Y de la misma manera debería aclarar las causas de las acciones humanas. La dificultad está en que la ciencia postula un determinismo absoluto mientras el credo ilustrado afirma la libertad humana, ¿cómo se compagina el determinismo con la libertad?, ¿Cómo se compagina el determinismo con el progreso? Los ilustrados no se detuvieron ante esta dificultad ni elaboraron una filosofía de la historia. Esta será la tarea del siglo XIX.A comienzos del siglo XIX los cambios sociales y políticos se suceden vertiginosamente y el horizonte mental de los europeos se ha ampliado además para incluir culturas muy alejadas en el espacio y en el tiempo. La perspectiva histórica se hace preponderante para explicar la realidad. Por ejemplo la lingüística, tradicionalmente descriptiva y normativa, se hace histórica y comparativa. Pero el hecho principal es que es la propia realidad histórica la que se convierte en motivo principal de reflexiónA Hegel le corresponde el protagonismo principal en esta operación. Para Hegel toda la realidad, incluso la realidad última, el espíritu absoluto, es histórica, y se despliega en el tiempo en forma dialéctica a partir de una oposición originaria entre ser y no ser y a través de una serie de oposiciones entre tesis y antitesis que conducen a nuevas tesis y a nuevas oposiciones y a nuevas síntesis hasta culminar en el reencuentro del individuo con la especie humana y, en último término, del espíritu consigo mismo.Darwin, unos años después, ofrece una explicación evolutiva y por tanto histórica del conjunto del conjunto de los seres vivos y con ello de la aparición del hombre. A diferencia de Hegel que construye un sistema filosófico Darwin pretende atenerse al modelo de la explicación científica y por tanto propone explicaciones estrictamente causales entendiendo por causa el antecedente eficaz, con exclusión expresa de cualquier referencia a la finalidad. El que la evolución hiciese innecesaria una intervención directa de Dios en la aparición de cada especie viviente. y no digamos en la aparición de la especie humana, situó su teoría al margen de la enseñanza tradicional de las iglesias cristianas y bastó para asegurarle la simpatía de los progresistas y el recelo de los conservadores. Un recelo que en alguno ambientes todavía dura. Pero el hecho de que periódicamente aparezcan libros que reivindican la doctrina de Darwin no responde a este recelo, sino al hecho de que a pesar de que la doctrina evolucionista admita solo argumentos deterministas, del orden de “la necesidad y el azar” para explicar el surgimiento de especies vivas cada vez más complejas, sus propios expositores no pueden resistir la tentación de presentar el proceso que va de la primera célula al hombre, como un progreso en una dirección determinada, lo que de alguna manera implica una finalidad. Algo que, en algunos lugares, el propio Darwin parece hacer y que, en sus días, sus divulgadores hacían con un gran entusiasmo.Y no estará de mas recordar que si la evolución parece demostrar la existencia de una “flecha de tiempo” que avanza en una dirección y no al contrario por aquellos mismos años la termodinámica llegaba a la misma conclusión, el tiempo físico, en su conjunto, no es reversible. Irreversibilidad que está en la base de la teoría del “big bang”.Marx es un discípulo directo de Hegel, aunque pretenda hacerle bajar del cielo a la tierra convirtiendo su filosofía dialéctica en un materialismo dialéctico”, si es que esta extraña alianza de palabras significa algo. La historia contada por Marx, la historia de la lucha de clases, es una historia dialéctica y progresista que tiene el carácter de un progreso moral, pues las sucesivas rebeliones contra las situaciones de opresión constituyen luchas a favor de una mayor libertad y en definitiva luchas del bien contra el mal. El parecido con la interpretación judaico-cristiana de la historia es mayor todavía que en Hegel. La historia dela humanidad empieza por un estado de armonía roto por un pecado original, la opresión del hombre por el hombre. A partir de aquí la historia avanza a través de sucesivos enfrentamientos y crisis hasta llegar a una confrontación última, la confrontación que lleva al proletariado al poder. Pero el proletariado tiene una curiosa, y poco notada, similitud con la figura de Cristo que estando limpio de pecado asumió el dolor del mundo. El proletariado, porque ha sido explotado hasta el limite absoluto, ha perdido toda posibilidad de ser egoísta y por ello de su triunfo no se pueden derivar nuevas injusticias. Aunque si es cierto que una vez instalado el proletariado en el poder todavía quedará por recorrer un largo camino hasta conseguir el hombre nuevo e instaurar el comunismo real. De la misma manera que, después de la venida de Cristo, los cristianos agrupados en la Iglesia deben esforzarse para conseguir que sea toda la humanidad se convierta en la Ciudad de Dios que anunciaba San Agustín. Y cuando esto ocurra, cuando llegue el milenio, desaparecerá la Iglesia confundida con la humanidad y apacentarán juntos el león y el cordero. De la misma manera cuando se implante el comunismo real desaparecerá por innecesario el Estado y con él el partido comunista que lo ha promovido.La similitud es mayor si se tiene en cuenta que para San Agustín la existencia de un ser humano adquiere sentido en el momento de su conversión, lo que significa a la vez descubrir a Dios en su amor e incorporarse a la Iglesia asumiendo su proyecto en la historia. De manera parecida para el comunismo un hombre da sentido a su vida en el momento en que se incorpora al partido y asume su proyecto histórico. A la afirmación lapidaria de Agustín de Hipona: “fuera de la Iglesia no hay salvación” se corresponde la más retórica de Lenin: “el que se separa de la línea del partido cae en la cloaca de la historia”.El triunfo de la revolución rusa y el establecimiento del estado soviético despertaron muchas esperanzas, no solo entre los que compartían el credo comunista sino entre todos los que consideraban que el progreso social avanza dando satisfacción a las reivindicaciones de los oprimidos. Y aunque muy pronto los excesos del nuevo régimen le alienaron las simpatías de los que no estaban dispuestos a renunciar a las garantías democráticas en nombre de un supuesto progreso social, en muchos ambientes, y muy especialmente entre los intelectuales, se mantuvo la impresión de que lo que ocurría en Rusia respondía al sentido de la historia y que, tarde o temprano, los excesos se corregirían y el régimen se humanizaría. Una impresión que los hechos se encargarían de desmentir lo que ha provocado una desorientación general.Hubo, sin embargo, mentes más clarividentes que ya, antes del fracaso final, intentaron pensar como mantener el sentido de la historia, que Marx creía haber descubierto, sin sacralizar por ello el Estado Soviético. Walter Benjamín había partido de un progresismo de raíz kantiana que permitía esperar la llegada del socialismo por un desarrollo natural indefinido pero lo había superado afirmando el carácter singular del presente como posibilidad revolucionaria, como posibilidad de contacto con la eternidad. Pronto se había convencido de que la revolución rusa no era el comienzo del milenio y a partir de entonces, su gran problema, como él de todos nosotros, dirá años después Lowental, era el de encontrar las categorías adecuadas para pensar la orientación al futuro.Y sigo citando a Lowental, miembro destacado del aescuela de Frankfurt y como todos ellos marxista y judio, “El motivo mesiánico que tiene raíces profundas en la metafísica y en la mística judía tuvo un papel notable en Benjamín, y probablemente también en Bloch, y en Marcuse y en mi mismo. Horkheimer decía a menudo, en sus últimos años, que había que atenerse, al dogma judío según el cual el nombre de Dios no podía pronunciarse, ni tan solo escribirse. El nombre y el reino de Dios todavía no se ha cumplido y quizás nunca se cumplirá. No nos corresponde a nosotros decidir si, y cuando y como se cumplirá para otros que vendrán después de nosotros. El momento de lo que es indecible, y quizás inalcanzable, pero que incluye la esperanza de su realización esta idea es profundamente judía y es sin duda un motivo principal en mi pensamiento y también en él de mis amigos y con seguridad en él de Benjamín, él mismo un ejemplo luminoso del deber ineludible de la esperanza, una esperanza que solo nos es dada por aquellos que no tienen esperanza”En realidad Lowental con estas últimas frases recoge el mensaje de la obra de Bloch El principio esperanza: el auténtico sentido de la historia es el esfuerzo, siempre inacabado y siempre recomenzado, por hacer una sociedad mas justa y mas humana. Y nuestra existencia adquiere sentido en la medida en la que asumimos esta tarea como si de nuestro esfuerzo dependiese todo su cumplimiento.Con esto hemos cerrado el círculo abierto con la referencia a San Agustín. La historia tiene una dirección y un sentido y este sentido es la lucha por una mañana mejor. Pero no hay momentos singulares que nos instalen en la eternidad ni instituciones detentadoras de la verdad que nos puedan marcar el camino. Solo nuestra responsabilidad por el instante presente y por nuestra situación concreta, solo nuestra solidaridad con los desposeídos y con los que sufren, solo la afirmación tenaz de la esperanza.

Miquel Siguan.
El sentido de la historia en: Moisés Esteban y Josep Ribot (cord.) Reflexiones en tormo a la psicología. Universitat de Girona. Girona 2007

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